No nos damos
cuenta de que nos falta algo hasta que lo perdemos. Muchas veces tenemos la
esperanza, el amor, la felicidad, tan cerca nuestra, que incluso podríamos
tocarlos, pero nos ponemos barreras para no poder alcanzarlos.
Consciente o inconscientemente,
por miedo a involucrarnos en el desarrollo
de nuestra propia vida o por simple despreocupación, nos vamos quedando con lo
superfluo, dejándonos arrastrar por la sociedad, obviando la verdadera realidad
que nos hace ser felices, como es la acción de amar. Evidentemente, “lo esencial
es invisible a los ojos”... pero, sólo a los nuestros, a los de los hombres.
Bajo
el Árbol del Bien y del Mal, floreció un arbusto de rosas. Junto a la primera
rosa, nació un pájaro cuyos principios le convirtieron en el único ser que no
quiso probar las frutas del Árbol. Cuando Adán y Eva fueron expulsados del
Paraíso, el pájaro ardió al instante, por una chispa de la espada de Querubín. De
estas llamas, surgió el Fénix, con un plumaje inigualable y premiado con la
inmortalidad gracias a su fidelidad, junto con el conocimiento, la capacidad
curativa de sus lágrimas y su fuerza. Su misión es transmitir el saber y servir
de inspiración en sus trabajos a los buscadores del conocimiento, tanto
artistas como científicos.
Podemos
formar parte de los mitos, avanzando por el camino del conocimiento, de la
fraternidad, de la ilusión... buscando y encontrando esos trocitos que nos
faltan.
Qué bonito es llegar
a la felicidad del niño, del que todavía no es consciente de “todo”, del que
toma como juegos las adversidades de la vida, del que se levanta cada vez que
se cae, del que cada día se despierta sabiendo que le quedan mil cosas por
descubrir, del que se emociona al pensar que ya le queda menos para ver a su
tío preferido, del que responde con una sonrisa sólo con ver al otro sonreir.
Que importante es
saber disfrutar del juego de la vida.
Cuando llenas de
amor tu vida, te llenas de felicidad, te sobra lo material y sólo puedes ver la
belleza de lo que te hace ser feliz. ¡Qué bonito sería poder ver sólo las cosas
positivas de las personas que nos rodean! ¡Qué feliz seríamos sin prejuicios ni
desprecios! Nos enseñan a convivir, pero a lo largo de la vida aprendemos a
vivir.
Qué insignificante
nos perecen algunas cosas que nos rodean hasta que nos topamos con ellas, hasta
que las miramos de cerca, las escuchamos, las olemos, incluso las sentimos...
hasta que comprendemos lo feliz que nos hacen con su existencia.
“...No soy para ti más que un zorro semejante a
cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro.
Serás para mi, único en el mundo. Seré para ti, único en el mundo...”
Cuando terminé la carrera, descubrí que había
aprendido a mirar. A mirar el mundo que nos rodea, bajo la visión más bella de
las cosas. Cada objeto, cada persona, está compuesta por formas y colores
llenos de movimiento y energía, que las hacen ser especiales. Hasta lo más
insignificante puede llegar a ser bello si sabes cómo mirarlo.
El corazón es el
centro del cuerpo, el órgano dador de vida, sin el cual, el cuerpo humano
dejaría de funcionar. Cuando éste falla, el cuerpo entero se resiente, puesto
que tiene el poder sobre el resto de órganos que lo componen.
El símbolo
universal del amor, es el corazón. Si nos falta el amor, nuestro cuerpo también
se resiente. Es curioso que existan tantas similitudes entre el órgano y el
sentimiento.
Nuestra existencia
se basa en el amor, centro de nuestras preocupaciones. Se debilita nuestra
salud, si se produce una ausencia de amor en nuestras vidas.
Me es indiferente de qué clase social eres, me es
indiferente la forma que tienes de vestirte, me es indiferente el partido
político al que perteneces, me es indiferente si te gusto o no, todo lo
anecdótico de tu persona, me es indiferente.
Sólo quiero amarte sin conocerte, saber si ríes de pena o
lloras de alegría, saber si estás mejor en momentos de soledad, que rodeado de
gente, si te emocionas cuando hablas o si eres realmente feliz cuando
sonríes.